viernes, 8 de mayo de 2015

Rinse and Repeat. No me echéis la culpa por soñar.

La cosa se tuerce, ambas partes lanzamos amenazas como los niños lanzan piedras: es peligroso pero divertido, hasta que una piedra alcanza el blanco, momento en el que siempre hay alguien que se arrepentirá. La situación se calienta a niveles insospechados, por lo que retrocedo lentamente hacia el coche. Los matones se ponen nerviosos, manosean sus armas. Escucho los sutiles clics de las armas al quitarles el seguro. Con una profunda inclinación, me despido de mi… interlocutor. Abro la puerta y me siento, suspirando, en el asiento de atrás, indicándole al conductor con un gesto que arranque.

Antes de que empiece a moverse, una mano impacta con fuerza en el techo del coche, y mi contraparte se asoma a la ventana, con una sonrisa fiera. Tan sólo tiene un mensaje para mis clientes. Atento, le invito a dármelo, ya que yo podré transmitírselo, de buena fe. Su sonrisa se hace más pronunciada, adquiriendo un tinte aún más peligroso. Pero es el clic de su pistola el que hace que tanto mi sonrisa como mi sangre huyan de mi rostro. Sin darme tiempo a reaccionar, mis ojos se abren como platos, mis oídos resultan saturados, heridos, por múltiples detonaciones. Dispara su pistola en mí, descarga su arma hasta que esta se queda sin munición y no produce más que chasquidos. Su sonrisa de tiburón se acentúa por mi cara de sorpresa.

Tras apenas un instante de duda, de sorpresa, mi conductor arranca quemando rueda para sacarnos de ahí. 

− ¿Se encuentra bien, señor? –su pregunta me saca del pasmo.
− Sí. Sí –titubeo− No me ha dado, eran de fogueo. Para asustarnos. Pero mejor sáquenos de aquí lo más rápido que pueda.
− ¿De fogueo? –veo sus ojos en el retrovisor, me miran con duda, preocupados. Las calles pasan como una exhalación ante la ventana. Pronto estaremos a salvo.

Pero su mirada dudosa hace que yo también dude. Bajando la mirada, veo como mis ropas están destrozadas, hechas jirones a la altura del abdomen, empapadas de sangre. Mi zurda palpa, incrédula, el líquido caliente y oscuro que fluye desde el lugar del que no debería salir. Al mismo tiempo, la súbita comprensión y el más intenso de los dolores se abren paso en mi mente. El dolor estalla, blanco y cegador, nublando mis sentidos, con sus zarcillos dentados abriéndose paso desde mi abdomen, tragándose todas las demás sensaciones.

− Oh. Eran de verdad –Me escucho decir estúpidamente, desde muy lejos, antes de que la oscuridad se apodere de mí.

Salidas de la nada, aún muy lejos, algunas sensaciones se cuelan en mi mente, como la niebla matutina por los resquicios. Noto movimiento, pero estoy desorientado. Huele… a algo, algo que creo que prefiero no reconocer (A muerte, posiblemente). Unas voces se abren paso hasta mí, lejanas al principio, pero se aclaran poco a poco. Pero es una frase, proveniente de una voz con un acento, un deje, como de ghetto:

− Le llevaremos con mi colega, es un genio. Tiene una máquina que le arreglará−¿Una máquina?

- ♦ -

Mickey, vestido de ceremonia como un director de circo, presenta a Donald. Su acto consiste en descubrir una hamburguesa de gigantescas proporciones. El queso rezuma, las salsas gotean, la lechuga y el tomate asoman aquí y allá, todo ello entre gruesos ladrillos de carne muy hecha. Hilillos de vaho emanan del mesiánico bocadillo, mostrando así que está recién hecha y es muy jugosa. Donald aparece, entre aplausos, salivando y con la vista fija en la hamburguesa. Hace una inclinación respetuosa ante el público, que aplaude brevemente y, sin más preámbulos, coge la hamburguesa con ambas manos y procede a engullirla a velocidad sorprendente y prácticamente sin masticar. Risas entre el público, yo también rio. Ta-daa suena la orquesta, y Donald repite la reverencia aun con los carrillos a rebosar, despidiéndose así entre más aplausos. 

Mickey vuelve a aparecer, vestido en esta ocasión con un esmoquin y acompañado de Minnie, a la que lleva con la mano en alto, la cual va a su vez vestida de gala. Las luces se apagan, y se encienden dos focos: uno ilumina a la espectacular pareja y la otra, más tenue, a la orquesta, dirigida por un trajeado Goofie (Ay madre).

La pareja baila, baila, da vueltas y más vueltas bajo la hermosa melodía de la pieza. Siento que estoy como flotando en un sueño sólo con verles. Me siento transportado a mi infancia, cuando mi vida transcurría en la nebulosa de películas Disney, escuela y los juegos en el parque con mis amigos de siempre.

Esta última relación provoca un clic en mi mente: ¿Como en un sueño? Los colores de la pantalla se difuminan, la música se atenúa y emborrona delante de mí. Murmullos lejanos se van superponiendo a la pieza con la que bailan Mickey y Minnie. Es verdad, era un sueño, alcanzo a pensar antes que el sueño se torne en la oscuridad tras mis párpados.


- ♦ -

Abro los ojos, pero apenas hay diferencia alguna. Un brillo verdoso, unas figuras oscuras en la lejanía. Como si mirase a través de muchas capas de gasa, todo es borroso, indefinido. Antes siquiera de que alcance a pensar (que estoy en mi propio funeral) una voz susurra en mi oído. Oh, ¿un transmisor?

− No entres en pánico, por favor. Tómatelo como un simulacro, en seguida te sacaremos de ahí. Tú descansa. Además, ni siquiera te estamos enterrando a ti. –me dice una voz suave, dulce, poniendo especial énfasis en esas dos últimas palabras. 


Si no a mí, ¿A quién? ¿Por qué lo estoy… viendo? Pero esos pensamientos apenas tienen fuerza. Me siento cansado, exhausto, ¿dolorido? Si, recuerdo un dolor inimaginable, aunque ahora parece muy lejano. Creo que dormitaré un momento. 


- ♦ -

Al abrir los ojos de nuevo, puedo ver como la ciudad pasa a mi lado a través de un cristal oscurecido. Miro a mi alrededor y me encuentro en el interior de un coche, esta vez con compañía. Es una larguísima limusina, con todas las comodidades que ha sido posible adaptar a un coche de estas características: un bien aprovisionado minibar, pequeñas televisiones, teléfono vía satélite, todo lo que el dinero puede pagar. También la compañía, si bien no me sorprende, en el fondo me agrada: hay tres guardias bien vestidos, de maneras afables, sonrientes pero tensos. Musculados y serios en su trabajo, charlan animadamente para relajar la tensión. Han dejado una copa a mi alcance, dos dedos de whisky con un solo hielo, qué amables. A pesar de las diferencias evidentes, la situación me produce una sensación de déjà vu que provoca que mi estómago se encoja, oprimido por una mano invisible.

Durante el camino de ida, mi Pepito Grillo me susurra todos los detalles: con quién voy a tratar, lugar y hora de reunión, posibles peligros e incluso el pronóstico meteorológico. Noto en su voz como sonríe con estos últimos retazos de información e, inevitablemente, una de las comisuras de mis labios se eleva en un deje de sonrisa. Uno de mis gorilas lo ve y apunta que se me ve contento. El guardia que está a su lado le golpea en el hombro y le llama entrometido. Mi sonrisa se ensancha y hago un gesto con la mano, quitándole importancia. 

− Recuerdos –digo, sencillamente. Volviendo a mirar por la ventana, continuo:− Esta parte de la ciudad me trae recuerdos agradables, por suerte.

Sin embargo, el motivo de mi sonrisa no lo motivan los recuerdos, ni la sonrisa del informante de mi transmisor. Si no el hecho de que todo lo que me ha ido contando yo ya lo sabía, o al menos podría jurar que es así, todo es dolorosamente familiar. Por este hecho, casi podría haberme limitado a cronometrar el encuentro, adivinando quien iba a hablar, quien sería el primero en salirse de tono. Y por lo tanto, no hago si no sonreír ampliamente cuando uno de sus matones levanta una enorme pistola y me apunta. Mi sonrisa le desconcierta apenas una fracción de segundo. Esta vez tan sólo es un disparo. Caigo, y mi cabeza queda echada hacia atrás, sin fuerza. Lo último que ven mis ojos antes de perder la conciencia definitivamente, por fin, es una enorme mancha irregular, roja, casi negra, caliente, que se ha formado en los contenedores que había a mi espalda.

- ♦ -

En la televisión, el espectáculo continúa: Goofie, Donald y Mickey son trapecistas. Vuelan a una altura imposible, agarrándose entre ellos: Mickey lanza a Goofie, éste se agarra a Donald al caer. Hacen malabares con sus cuerpos, los trapecios y algún accesorio que se lanzan en el aire. Redobles de tambor adornan los números más difíciles. Los más peligrosos son coreados por exclamaciones de angustia del público, suspiros de alivio. Breves salvas de aplausos coronan cada parte de la actuación. La sempiterna (¿fingida?) torpeza de Goofie provoca que el número casi se valla al garete (casi, una campanilla se agita, lejana pero insistente, en mi mente al pensar en ello). Al final, los tres se reúnen en el suelo, bajando de forma espectacular e inclinándose ante el público, que se levanta a aplaudirles, enfervorecida.

- ♦ -

Abro de nuevo los ojos, la campanilla me acabó despertando. De nuevo, sólo veo oscuridad. Estoy en (¿otro?) entierro aunque esta vez no veo a gente, me resulta extraño. Pepito Grillo sigue sonando en mi oído y, aunque es una voz diferente, me reconforta tener a alguien.

− Nosotros nos encargamos, hermano –me dice, al final− Relájate, duerme un rato. Esto puede tardar. 

Claro, aunque no estoy precisamente cómodo, y no me parece… ¿educado? Echar una siesta en mi propio funeral. Aunque sí irónico, cuanto menos.

- ♦ -

Altos ejecutivos, trajeados, serios, sentados alrededor de una gran mesa de cristal. No hay papel alguno en la mesa, sólo unos delgados ordenadores portátiles que iluminan levemente las caras de mis… ¿Clientes? ¿Socios? ¿Competidores? (Verdugos) que me miran, atentos a mi discurso. Una gota de sudor resbala lentamente por mi frente, haciéndome cosquillas. Me alivio discretamente con un gran pañuelo blanco que saco del bolsillo de mi chaqueta, y a continuación lo guardo en el bolsillo de mis pantalones. No hace calor. Es sudor frio. Me siento, ante esta gente, como un cervatillo enfrentándose a una manada de lobos. Siento sus miradas acechantes en mí. No sonríen, pero sus ojos transmiten una alegría feroz, felices de la posibilidad de despedazarme ante el más mínimo error que pueda cometer (profesionalmente, claro… ¿verdad? ¿Verdad?). 

Dado que mis nervios han quedado en evidencia, sólo queda actuar con naturalidad, aunque hace rato que sé por dónde va la cosa. Sonrisas, asentimientos, palabras amables. Todos se levantan al tiempo para despedirse, inclinándose con respeto, sonrientes. Dos guardaespaldas me escoltan amablemente a la salida, aunque mis nervios se niegan a relajarse. 

Quedo desconcertado al darme cuenta de que la puerta es diferente a aquella por la que entré. Tenía que haberlo sabido (y en el fondo lo sabía), esto no es el ascensor. Al menos, no el que se usa habitualmente. Desde la terraza hay unas vistas espectaculares. Podría disfrutar del paisaje durante horas, observar la vida de la ciudad desde aquí arriba, ver como el Sol se ocultaría tras las montañas al anochecer. Pero no tengo tiempo. Nada más llegar al borde, uno de los gorilas me empuja, edificio abajo.

La caída es larga, eterna, como siempre se ha sospechado. Aunque las ventanas, los pisos, pasan a mi lado como una exhalación, el suelo que veo delante de mí es lejano y parece no moverse. Grito, no puedo evitarlo, conozco la próxima parada en el camino. De hecho, la veo venir hacia mí, precisamente el techo del Humvee en el que llegué. No les hará falta ningún informe detallado, soy el mensajero, en ambos sentidos. Llevé mi mensaje y ahora “traigo” su respuesta. Que eficiencia, que rapidez. De nuevo, el dolor es intenso, sobrecogedor, universal, tapando cualquier otra sensación. Si pudiese pensar con claridad prácticamente podría enumerar todo lo que se ha roto, desgarrado, cortado o perforado. Aunque resultaría más práctico enumerar lo que está intacto, dado que la lista es bien corta. Por suerte, gracias al cielo, el dolor es misericordiosamente breve y todo se apaga rápido.

- ♦ -

Debe haber un especial Disney en la televisión. Donald y Goofie están armando un lio tremendo en un edificio en construcción. Deben ser obreros en desacuerdo, llevan monos, se lanzan herramientas, tarteras, tornillos, todo lo que tienen a mano entre gestos amenazadores y puños alzados (¿Tarteras? De esas metálicas, se nota que es un episodio antiguo). El ruido de la televisión se ve eclipsado lenta pero inexorablemente por una sirena de bombardeo. Miro a mi alrededor pero no hay nadie. Nadie, todos deben estar escondidos, aguardando la situación, esperando a que pase el temporal. No como yo, aquí plantado, delante del escaparate, con los oídos taladrados por el ulular de la sirena. El especial Disney de la tele debía estar planteado para mantener a todos los críos en casa. 

- ♦ -

Esta vez no parece un funeral, o al menos, eso creo. Hay mucha más luz de lo habitual, se filtra a través de mis párpados cerrados con un tono rojizo, intenso. También hace calor, mucho. Noto las gotas de sudor en mi piel, empapan mi traje, me pegan el pelo a la frente. Escucho como las llamas rugen a mi alrededor, atenuando todos los demás sonidos, menos una voz. Mi Pepito Grillo ha cambiado de nuevo, aunque parece más nerviosa, me habla con urgencia, rápido, intentando que mantenga la calma. Deberías tranquilizarte tu primero, me parece a mí, porque ¿Qué es lo peor que me podría pasar? Parece más aceptable que todo esto, pienso, cansado. La luz y el calor me harán más difícil el descansar, pero estoy agotado. La cabeza me da vueltas.

- ♦ -

Alguien me palmea la cara, es molesto, duele. Arrugo el ceño y gruño.

− Despierta, tío. Mira que salir un domingo.
− Vete a… −aparto unos brazos a manotazos, luchando por abrir los ojos.
− Al curro, es a donde voy –me interrumpe− y tú también.
− ¿Hoy es…?
− Si, venga, tomate tu tortilla de analgésicos favorita –la voz se aleja, mi vista se adapta poco a poco a la luz− inundemos nuestras venas de cafeína y corramos. No quiero llegar tarde. Al menos, hoy no.

Me levanto entre una retahíla de juramentos y blasfemias que podrían haber hecho enrojecer al párroco de mi pueblo, mientras me sujeto la cabeza con una mano para evitar que se me desmonte. En el baño, me miro en el espejo y veo una fea cara, desaliñada y resacosa, mientras me rasco distraidamente la tripa por encima de la goma de los abdominales. Quien te mandaría…

Arreglados y frescos, prestos a salir, veo una tarjeta de visita en el cesto de la entrada, junto a mis llaves. La cojo, cuidadosamente, y miro a mi compañero de piso.

− ¿Y esto? –levanto la tarjeta para que pueda verla.
− ¿Eh? –deja de manosear sus llaves y me mira, desconcertado. Tras ver la tarjeta vuelve a las llaves− Oh, tú sabrás. Lo dejarías ahí anoche, supongo, no me había fijado. ¿Vamos?

Un escudo raro, diría que de un abogado (¿Centro financiero? ¿Agente de bolsa?… ¿Algo peor?), en la parte de delante. Por detrás está en blanco, salvo por unas palabras y un número, escrito a boli (verde, que curioso) rápida pero pulcramente: “Llámeme, hemos de negociar”.

No sé por qué, pero no me gusta cómo ha empezado el día.

-♦-♦-

Canción del día: Aerosmith - I don't wanna miss a thing.

Si, llevo mucho tiempo sin aparecer por aquí. Reticencias a escribir, ideas frustradas, pero esto tiene que salir adelante. Y por fin tuve, de nuevo, inspiración. en un sueño, si. es lo mas bizarro que he escrito hasta ahora, en mi opinión. Tremendamente largo para un blog (2299 palabras, contadas), pero dada la naturaleza del relato, Prefiero publicarlo aquí todo unido. Como siempre, espero que guste, aunque provoque más de un ceño fruncido, por decirlo así.

Pero oye, feliz fin de semana. Las cosas van saliendo. ladrillo a ladrillo. Saldremos de esta, continuaremos el camino. Juntos, ¿de acuerdo?.

PD: ¿Ese símbolo? La verdad, me lo encontré grafiteado en la pared, cerca de un estanco. Llamó poderosamente mi atención y decidí hacerle una foto. Puede que tenga futuros usos, me gustaría refinarlo, redibujarlo.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Eric - La esquirla (I)


-¿Es ésto todo lo que queda? -Preguntó Eric. En su mano, una larga esquirla roja lanzaba apagados destellos a la luz del hogar. 
- Quizá sea tan sólo un pequeño fragmento -contestó el cazarrecompensas- pero si hubiese sentido lo que yo, vería cuan grande es lo que conseguí recuperar.
- Supongo que querrás tu dinero -dijo Eric, llevando una mano a su faltriquera.
- Por supuesto -dijo su interlocutor, tras un enigmático momento de silencio. Sus ojos expresaban una pesadumbre que le resultaba conmovedora a Eric en alguien tan duro- Aunque le debería pedir el triple, como mínimo.
- ¿Mis disculpas? -la mano de Eric quedó paralizada. Esperaba no tener que recurrir al acero, en vez de al oro.
- Olvídelo -suspiró de nuevo el mercenario- sólo me alegro de quitármelo de encima. Desde que lo obtuve mi corazón pesa. Ni sé de dónde viene ni quiero saberlo. 
- Bien -dijo Eric, asintiendo. Acto seguido le lanzó una pequeña pero abultada bolsa de oro, que su interlocutor cogió al vuelo- Es más de lo que mucha gente podría soportar, pero me es necesario.

El cazarrecompensas salió, presuroso, de la habitación antes de que Eric terminase de hablar. No parecía que quisiera su recompensa por encima de todo, más bien daba la impresión de querer huir, alejarse del oscuro fragmento que había entregado a Eric tan pronto como llegó a su torre. Apenas hubieron pasado unos instantes desde la partida de éste, cuando Eric empezó a notar lo que el mercenario le describió. Sus ojos volvieron a contemplar la esquirla carmesí, captando todos los matices del pesar al que se había referido el mercenario. El oro le irá bien para aliviar ese pesar de su corazón, pensó, aunque espero que el vino no le suelte la lengua sobre lo que vio, o acabaríamos metidos en problemas, ambos.

A primera vista, parecía una esquirla de cristal sin mayor valor, de un rojo oscuro como la sangre, de bordes afilados y bellos destellos rojizos que más que un reflejo de la luz de la habitación, daba la impresión de que viniesen de dentro del mismo fragmento. Ningún tallador de gemas daría un cobre por ella. Como objeto material, no sería visto más que como un desecho, como algo que estaría mejor en el fondo de un río, o incluso molido, reducido a polvo. De hecho, más de uno pagaría por quitárselo de encima, por deshacerse de esta fea esquirla que no produce más que pesar, angustia y dolor de corazón. 

Muy pocos saben que, en realidad, se trata de la esquirla de un corazón. Un corazón que ha conocido el amor. Un corazón que ha amado desde lo mas profundo, con toda el alma, y a pesar de todo. Pero las cosas no siempre salen bien, y el corazón que más ama es aquel que más dolor sufre cuando se rompe. Y ésta no es una esquirla de un corazón corriente. Las leyendas cuentan (Siempre hay leyendas, piensa Eric, poniendo los ojos en blanco) como un fragmento del corazón de un hada es el componente más importante de las pociones de amor; o cómo el poder de una astilla del corazón de una sílfide podría alargar la vida indefinidamente. Otras cuentan como tan sólo una pizca del corazón de una náyade puede conducir a la locura.

- Bobadas -dijo Eric para sí mismo, haciendo oscilar sus canos cabellos al negar con la cabeza. Haciendo un esfuerzo, dejó la esquirla escarlata de nuevo en el paño en el que el cazarrecompensas la traía, sintiendo inmediatamente un ligero alivio en su interior- toda esa gente creyendo en leyendas fantasiosas pero ¿quién ha capturado una náyade, eh? ¿quién ha sido capaz de obtener un fragmento de corazón de sílfide para probar estas cosas? Tú siempre tan lista, a pesar de todo.

Riendo por lo bajo, Eric se retiró hacia sus habitaciones. Había sido un día duro, y mañana lo sería más aun. El fuego del hogar continuó sacando destellos del sanguino fragmento durante un tiempo tras la partida de Eric. Una vez extinguido, si hubiera estado ahí, hubiera podido ver como la esquirla relumbraba con luz propia por última vez.

Al día siguiente, y para su sorpresa, Eric encontró a Ilena, su vieja ama de llaves, postrada en el asiento tras su escritorio, deshecha en lágrimas.

- ♦ -

Canción del día: Gotthard - Maybe
But baby youʼre not the thing that I wanna change
Por nada del mundo.

Menudas horas, la madre que me trajo, pero cuando la musa te susurra, has de hacer caso. ¿Sabéis esa sensación, cuando estas haciendo vaya-usted-a-saber-qué, y de repente, Zas, te viene una idea salvaje (¿silvestre?) a la cabeza? En momentos así, dejas de prestar atención momentáneamente a lo que estas haciendo y ponderas lo que se te acaba de ocurrir. Pues eso me pasó a mí hace ya un buen rato. Y la cogí por el hilillo qué me dejó entrever y tiré suavemente y despacito, y de ahí salió otra idea entrelazada. Creo que sé donde voy con este relato (¡y todo!)
¬¬
Espero, como siempre, que te guste, lector/a.

lunes, 8 de diciembre de 2014

El cuervo IV (Y fin).

n esta ocasión parecía más tímido que de costumbre. Desde donde me encontraba, veía como saltaba de una lápida a otra, nervioso. Quizá se debiera a eso que veía destellar en su pata, como si algún ornitólogo le hubiera anillado recientemente.

Aunque ahora que lo pienso, no he visto a ningún otro cuervo de la zona anillado. Quizá hayan comenzado hace poco, pensé, distraídamente.

A pesar de que, claramente, me había visto, para cuando llegué a la tumba de mi abuelo, J seguía a cierta distancia, renuente a venir. Parecía como si estar anillado le diera vergüenza. Como un humano con un trasquilón, pensé, riéndome por dentro. Le saludé desde la distancia, instándole por gestos a que se acercase. Me miró, sorprendido, como si acabara de percatarse de mi presencia y graznó, interrogante. Le volví a hacer aspavientos para que se acercara, sonriéndole.

Con un último graznido, saltó de la lápida en la que se encontraba y aleteó hasta donde yo estaba. Sentándose nada más llegar, sin dejarme ver nada más que el reflejo plateado de su pata. Parecía, efectivamente, que se avergonzara de que le hubieran anillado. Cogí mi sempiterna bolsita de pipas peladas y le lancé una que fue cazada al vuelo, tras lo cual se me quedó mirando, esperando más. Sonreí, le acaricie las suaves plumas de la cabeza y el cuello, lo que provocó que cerrara momentaneamente los ojos, deje un pequeño montoncito de pipas a su vera y me senté apoyado contra la lápida como siempre, intentando así que J no se sintiese incómodo si le miraba mucho, aunque he de reconocer que tenía bastante curiosidad por la anilla de su pata.

- ... desde que le conozco... ¿qué... ? -me sobresalté a mitad de discurso cuando J saltó a mi cabeza al cabo de un buen rato. No pude evitar sonreír, en ocasiones parecía que mis greñas se habían convertido en su nido.

Parece que mi táctica de que se sintiera más cómodo, siguiendo con el plan habitual, funcionó y al parecer dejó de pensar en el bochorno de la anilla. Levanté una mano, ofreciéndole un par más de pipas, que cogió con cuidado, y aproveché para acariciarle de nuevo. Casi lo hacía como si de un gato se tratara: un poco la cabeza, bajo el pico de manera que levantaba la cabeza para que le acariciase mejor, y otro rato, breve, en el lomo. Y si, como un gato, le rascaba durante demasiado rato, tomaba represalias y me llevaba un picotazo.

Llevaba un rato hablando desde que se aposentó en mi pelo cuando de nuevo bajó de un salto hasta ponerse delante de mí, mirándome. Durante el rato que permaneció sobre mi cabeza, le había notado inquieto, nervioso. Me dio la impresión de que se había decidido a mostrarme la anilla. La anilla... al verlo, solté un grito

-¡Eso no es una anilla! -J se sobresaltó y se alejó por el césped hasta resguardarse al otro lado de la lápida. Incorporándome a medias, comencé a increparle, soltando espumarajos por la boca que no citaré aquí- ¿Se puede saber de donde has sacado eso? ¿Sabes, acaso, de quién es?

Sólo entonces dio un salto, envalentonado, desde su escondrijo hasta la parte superior de la lápida y suave pero firmemente, dio dos picotazos en las metálicas letras de ésta. De manera explicita, además, En la primera J. A continuación, se bajó de nuevo a la hierba y continuó mirándome. Parecía decidido.

- Sé que los cuervos sois listos, y siempre pensé que me entendías -la reacción de J me había dejado en un ligero estado de shock, y no sabía siquiera qué pensar- pero lo que creo que me quieres dar a entender... ¿Porqué lo tienes tú? ¿Ni que supieras siquiera dónde...?

Antes de que terminara la frase, se alejó dando saltos hasta el camino de tierra que pasaba por la parcela de tumbas donde se encontraba la de mi abuelo. Después, picoteó suavemente la tierra, como llamándome. Sin apenas creérmelo, me terminé de incorporar y me acerqué hasta donde se encontraba el cuervo. Apenas habían sido tres o cuatro pasos, pero mientras me acercaba había comenzado a dibujar con el pico en la arena del camino, y cuando llegué el dibujo tenia una apariencia similar a un cubo, una caja.

- ¿Qué se supone que estas intentando hacer? -no se si por enfado, miedo, o qué, empezaba a perder la paciencia. J me graznó, y picoteó de nuevo el suelo. La punta de su pico aparecía gris del polvo del camino- ¿Una caja? No te entiendo.

El cuervo, con un graznido tan bajo que casi pareció que suspirase, posó lentamente la pata en el dibujo de la caja. Lo que tenía en la pata no era una anilla de ornitólogo, era un anillo. Específicamente, el anillo que mi abuelo había llevado toda su vida, al menos mientras yo le conocí, en el pulgar. Más de una vez le había oído decir que se lo llevaría a la tumba, y sólo se lo quitaba por las noches, antes de dormir y lo depositaba en una pequeña caja que siempre estaba en su mesilla. Esta había sido un regalo de mi abuela, su mujer, según me contó, en uno de sus primeros aniversarios. Y allí también guardaba el anillo de casada que le había pertenecido a ella. Sí no se lo llevo finalmente a la tumba, fue porque él se fue mientras dormía, sin darle tiempo a despedirse de nadie, sin darle tiempo a despedirse de mí. No tuve fuerzas para abrir siquiera la caja para entregar el anillo a los de la funeraria. En el fondo quería dejarlo ahí, con la estúpida esperanza de que él volviera algún día a reclamarlo.

Tan sólo había abierto la caja una vez, precisamente la semana pasada, y como vi que se estaba empezando a afear lo limpié lo mejor que pude con el limpiador que siempre utilizaba él. Aunque estuviese guardado, quería tenerlo como siempre él lo tenia, reluciente y brillante. Y ahora... ahí estaba, brillando en su pata. No se si es cierto que los cuervos se sientan atraídos por las cosas brillantes y se las lleven a sus nidos, pero ésta en concreto ni siquiera estaba a la vista. Mi vista iba del dibujo de la caja a J. Intenté reaccionar.

-Él siempre dejaba el anillo en su caja, junto al de la abuela. Y no le gustó a nadie, aunque también el anillo fuera un regalo de la abuela -J me graznó de nuevo, un poco más fuerte esta vez, como asintiendo. A continuación hizo algo que me dejó en un estado más allá de la confusión. Sin previo aviso levantó el vuelo y, tras un quiebro, se chocó contra mi brazo. No me clavó el pico, si no que impactó contra mi brazo con la cabeza, cayendo de nuevo al suelo agitando las alas. La sensación fue inequívoca, las señales estaban ahí, y por loco que pareciera, tenía que preguntar. Suficientemente loco parecía ya hablando en un cementerio con un cuervo, la verdad, pero... Era la única explicación, realmente.

-¿Abuelo? -J, quiero decir, el abuelo, volvió a graznar, más alto, más fuerte, y durante más tiempo. Parecía abroncarme por haber tardado tanto en darme cuenta. Pero era él. El de siempre. Gruñon, malhablado, pero el que siempre me escuchaba y era paciente conmigo, y aunque nunca lo admitiría ante la familia, cariñoso.

Al final sí había vuelto a reclamar su anillo. Y también cumplió su promesa de que siempre estaría a mi lado para verme crecer.

- Me parece a mí que te llevaré a casa. No voy a dejar que vivas en la calle, pero ¿qué le voy a decir a mamá? -anticipandose, el J graznó suavemente, como riéndose- "Oye, mamá, el abuelo es ahora un cuervo y quiero que viva con nosotros".


- ♦ -

Y aquí termina. La verdad, al publicar la entrada anterior, "El pergamino", ví que tenia esta en borrador, y enrojecí hasta las raices del pelo. Con el, digamos periodo vacacional, que no abandono, había olvidado completamente que tenía esta entrada aun a medias. Qué cabeza la mía.

Canción del día: Masterplan - Into the light.
PD: sí, dado que empecé la otra entrada antes de las 00:00 y esta después, cada una lleva su canción del día. 
*Sonríe maliciosamente. Qué narices, me apetecía poner otra canción. 

Prometo inundar más a menudo de mis tonterías con (aunque normalmente sin) sentido.

El pergamino del último.

A la luz de las velas escribo. Éste ajado pergamino es mi único testigo. Ya no queda nadie. Los demás escaparon en cuanto vieron la más mínima posibilidad. Por mucho que haya blasfemado contra ellos, en el fondo espero que estén en un sitio seguro. Son mis hermanos y, por supuesto, no eran perfectos.

Los que ya no están, y en paz descansen, pecaron de confianza en sí mismos. Fueron los primeros en coger las viejas armas que tenemos en la despensa y se lanzaron a las puertas a hacerles frente. Por supuesto, no volvieron. Tan sólo sus gritos nos dieron una idea de su sino. Todos los demás esperaron a una ocasión propicia para salir de este maldito lugar. Maldito, porque es la única explicación de que se aun estén aquí, patrullando. Aunque no estoy seguro de que no hayan aplicado el mismo tratamiento a todo edificio con presencia humana. Son tantos...

Siento estar tan lúgubre, pero la angustia oprime este dolorido corazón. No sé quien ni en qué situación encontraran éstos mis últimos pensamientos, si es que llega a descubrirlos alguien. Pero mientras llegan hasta mí, en algo tengo que ocupar mis manos y mis pensamientos, o me volveré loco de miedo. Porque creo que están intentando entrar, sospechan que esta vacío. No. Saben que sólo quedo yo. Herido, perdido, asustado. Hace tiempo pensé que había perdido la fe pero, sin embargo, es en momentos de necesidad extrema cuando vuelvo a mis raíces, y Le pido que me ayude. Que nos ayude, o al menos a ellos, que consiguieron salir de aquí.

Escucho ruidos, así que resumiré, pero escribiré tanto como mis temblorosas manos me permitan. Diría que vinieron de noche, amparados por las sombras. Pero no son como siempre nos los pintaron. Ni se colaron entre nosotros con gran astucia y pérfidos engaños. No sé de donde vienen pero, para mí y para todos mis hermanos, son demonios. Ávidos de sangre. Nos exterminan como si fuéramos una plaga, una molestia a eliminar antes de aposentarse. La última vez que pude asomarme a una ventana sin peligro, y de eso hace ya días, vi como habían empezado a establecerse entre nosotros, con gargantuescas edificaciones que para mí no tenían sentido alguno. Luces y chispas salían de diversos lugares, y mi corazón se llenó de congoja al presenciarlo. 



Pensé que tendría más tiempo. Aquí vienen. No tengo fuerzas para hacerles frente, ni el valor para terminar con esto yo mismo, así que simplemente saldré a buscarles. La única compasión que pido es que me den una muerte rápida.

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Documento adjunto hallado en edificio A3/F2, Sector 6. Existía una poderosa presencia enemiga en el perímetro. Razón aun desconocida. Seguimos investigando. No se han encontrado supervivientes, ni cuerpos.
Se halló una trampilla sellada. A las 0000 se procederá a su apertura. 

Fin informe. Lanza 2373.

- ♦ -

Siento la larga ausencia. Ha sido tan sólo una hora y 33 minutos para sacarme ésto de dentro. De nuevo, no sé ni de dónde viene, ni a dónde va. Sólo confío en mi musa. Espero que la inspiración dure.

Canción del día: Within Temptation - Somewhere.
Sin motivo, why not? Era la que estaba sonando en ése momento en mi lista de reproducción y dije, venga.

Buenas noches a todos.
PD: He hecho propósito de enmienda respecto a la relación escritos-yo. Es decir, intentaré escribir más. Revisaré, cambiaré y mejoraré mis textos, sobretodo Geoda, y los subiré a Wattpad y Megustaescribir. Compartí ya "Es un mal necesario" y el primer capítulo de Geoda. He de mejorar, he de seguir adelante.


domingo, 27 de julio de 2014

Pálpitos cerebrales. - El escritor II.

- ¿Estas bien? ¿Qué ha pasado? -Betty bajó en cuanto escuchó el estrépito. Al ver la cara de Andrew, se le cayó el alma a los pies. Casi sin darse cuenta había recorrido la distancia que les separaba y, desde atrás, le abrazó tiernamente y le susurraba palabras tranquilizadoras al oído.- No te preocupes, cariño. Sé que es duro, pero tu bloqueo acabará terminando, y encontraras de nuevo el hilo de tus historias. Ven, ven conmigo arriba. Mañana ya arreglaremos todo esto.
- ... Me duele la cabeza, mucho - susurró él, con un hilo de voz. Ella apenas reconoció la voz de su marido en aquella frase.
- Ven -repitió ella, tomándole de la mano mientras que con la otra retiraba suavemente el ordenador portatil de su regazo, obligándole suavemente a levantarse. Él se dejó hacer, dejándose llevar, como si de un niño pequeño se tratase- Sube conmigo, te daré uno de mis analgésicos, sabes que son de los fuertes.

Y ahí permaneció, tumbado en la penumbra, con un potente analgésico en su sistema, con Betty abrazándole y acariciandole. El dolor comenzó de manera brutal. Tras el grito y el... incidente, como él mismo se refiere a él a falta de un mejor termino, unas enormes oleadas de palpitante dolor comenzaron a sacudir su cráneo. Todavía faltaba un rato hasta que la pastilla le hiciera efecto, aunque él mismo dudaba que pudiera servir de algo. La oscuridad y el cariño había paliado, aunque mínimamente, la intensidad de las oleadas de dolor, pero aún se sentía como si la cabeza se le fuera a partir en cualquier momento cual sandía madura, esparciendo sesos y fragmentos de hueso por toda la habitación. 
Sonrió ante la ironía, podía ver claramente la macabra escena, pero no podía enlazar unos hechos que tuvieran sentido en su ordenador portátil. Esta idea comenzó a dar vueltas en su dolorido cerebro, pasando de un pensamiento molesto a enfadarle cada vez más. Apretar la mandíbula sólo contribuyó a aumentar el dolor de cabeza. Sus manos volvieron a cerrarse de manera que se clavaba las uñas y se le blanquearon los nudillos. Sin que él se diera cuenta algunos objetos, pequeños objetos, papeles, sobres, algunas horquillas de ella; temblaron brevemente y a continuación se elevaron muy suavemente desde las superficies donde reposaban.
Betty pareció notar su enfado, dado que Andrew empezaba a temblar de ira, pero pensó que se debía a que quizá él fuera a caer enfermo. Le abrazó más fuerte brevemente y posó un suave beso en la sudorosa sien. Este simple gesto distrajo a Andrew de sus furiosos pensamientos, tranquilizándole y haciendo que sonriera de nuevo. Respondió al abrazo de Betty y, con un suspiro, cerró los ojos e intentó dormir. Todos los objetos que se habían movido volvieron suavemente a su posición sin ruido alguno.
Andrew consiguió dormir al fin, aunque su cabeza aún no le dejaba en paz...

-♦-♦-

- Siento el destrozo, cariño -Dijo Andrew la mañana siguiente, tras desplomarse en la silla de la cocina. Delante de él había una taza con el fuerte café que su esposa preparaba todas las mañanas, capaz de despertar a los muertos, o a los alumnos de la conferencia más tediosa del universo, como ella misma decía, entre risas. Junto a la taza había un plato con un completo desayuno de huevos fritos, embutido y unas hermosas salchichas. Ella se apresuraba de un lado para otro, ya vestida para la oficina.
- No te preocupes, Andy -respondió ella con una sonrisa- Pensaba que necesitabas descansar, por eso te deje dormir.
- De hecho me desperté al notar la cama vacía -le sonrió él a su vez, mientras partía torpemente las salchichas con el tenedor- Ahora cuando te vayas recogeré los trozos.
- No te molestes, de verdad. -dijo ella, algo más seria- Anoche noté tu frente bastante caliente, deberías descansar un poco más. ¿Cómo esta tu cabeza esta mañana? 
- Sigue palpitando con fuerza, espero que para cuando vuelvas no haya salido ningún polluelo de ella. -bromeó Andrew- En serio, me acostaré de nuevo, pero déjame recoger eso primero. 
- De acuerdo -suspiró ella- debería irme ya o no llegaré.

Ya con el bolso en mano, cogió tiernamente la cara de su marido y depositó un cálido beso en sus labios. Durante ese breve instante, él quedó como paralizado, y un hermoso calor recorrió su cuerpo, haciéndole olvidar todo lo malo por lo que estaba pasando, incluso el dolor de cabeza infernal pasó a un segundo plano en ese momento. Tanto tiempo juntos, y aún su corazón se aceleraba con cada beso que ella le daba, con cada sonrisa tierna que ella le dedicaba.
Cuando ella cerró la puerta, él se quedó arrellanado en el asiento, deslizándose hacia una posición más horizontal, con el trasero prácticamente en el borde. Suspiró, con una aún sonrisa en los labios, mientras escuchaba como ella montaba en su coche, arrancaba e iniciaba su viaje hacia la oficina. Su mente vagó hacia otros momentos felices que había tenido con ella, que no habían sido pocos hasta la fecha. Sin él darse cuenta, el infernal dolor de cabeza fue perdiendo intensidad, transformándose en una sensación de bienestar que le hizo sentirse flotando, como en una nube.
De hecho, sus pies ya no tocaban el suelo, y la silla en la que estaba sentado se alzaba prácticamente medio metro del suelo, balanceándose suavemente como una cuna.

-♦-♦-

Canción del día: Nightwish - Ever dream (WOA 2013)
I'd take you away
Castaway on a lonely day
Bosom for a teary cheek

Sinceramente iba a decir: ¡A la "&%$#% la canción del día! y colgar el concierto completo, pero esta me ha llamado especialmente la atención hoy :).

PD: Mu y 47Ag, me ayudáis a mantenerme en pie cada día, junto con la música :) Gracias.
PD2: ¿A donde va esta historia? Realmente, no lo se. Al igual que con El cuervo, escribo lo que me viene a la cabeza, dejo que fluya desde mi cabeza loca hasta el teclado en el que me encuentre. A veces se necesita una salida.

martes, 24 de junio de 2014

El cuervo III

e dio a entender que no es que me hubiera echado de menos por llevarle comida (aunque a mi suponer, también es una razón) si no que le agradaba mi compañía. Aunque, como cuervo que es, juraría que suelen vivir en parejas. 

Me hizo así pensar un poco en mi abuelo ya que, aparte de mis visitas y desde que mi abuela murió, apenas había nadie que fuera a verle. "¡Y bien que estoy así!" me espetaba cuando le comentaba algo al respecto. 

Así pasamos gran parte de la tarde: él sobre mi cabeza (no me esperaba que un pájaro estuviera tan caliente), ambos comiendo pipas dado que yo subía mi mano de vez en cuando y él cogía algunas semillas y, como siempre, yo contándole mi vida que, dado el tiempo que había estado sin ir, estaba ciertamente cuajada de novedades. Y el cuervo me graznaba, batía las alas o se removía sobre mi cabeza para expresar su opinión. 

Fue una tarde muy especial, aunque no se exactamente porqué, quizá fuera por lo unido que me siento con el cuervo. "¡Es solo un pájaro!" diría cualquiera. Pero es por esa... familiaridad que tengo con él, el poder hablar de todo y nada, poder expresarme... y él que parece entenderme, siento como si me animara, me apoyara, ¡incluso siento como a veces me regaña! Quizá sea yo, que le considero más que un pájaro, más que un animal, es un amigo.

(Vaya, pensándolo a posteriori, es algo extraño, ciertamente, pero es así)

- ¿Y yo a ti como te llamo? -le dije un día- ¡No puedo llamarte cuervo, simplemente!

Él hizo un gesto de indiferencia con las alas, como si encogiera los hombros. Durante un buen rato a continuación, estuve probando nombres de todo tipo, nombres que habitualmente se ponen a otros animales, personajes de ficción que conocía, e incluso probé con Hugin o Munin, los cuervos de Odin en la mitología, pero eso solo suscito una mirada de soslayo. Todo lo demás, no conseguía más respuestas que graznidos negativos, que ladeara la cabeza, o simplemente silencio mientras tenía sus negros ojos clavados en mi.
- Entonces -le dije, ya sin ideas- ¿Tienes tu alguna idea, chico listo?

Soltando un graznido breve que sonó como una risotada ("¡Ja!") se levantó de su sitio habitual en la lápida, camino tranquilamente hasta el borde de la misma y de un saltito fue a parar a la hierba perfectamente cortada del cementerio. Como había saltado al otro lado de donde normalmente yo me apoyaba, hube de ponerme en cuclillas y girarme para poder verle. Tras unos segundos de mirarme intensamente, comenzó a alternar entre mirarme a mi y a la inscripción en la lápida. Tarde poco en entender qué quería decir, pero algo más tardé en asimilarlo.

-¡No te puedo poner el nombre del abuelo! -contesté al fin. Solo su nombre aparecía en la inscripción, ningún otro. Mi abuela siempre prefirió que la incinerasen. Y le repetí:- ¡No puedo!

Volvió a fijar su mirada en mi y, tras unos segundos de sostenerle la mirada, soltó el graznido más fuerte que le hubiera escuchado hasta hoy y batió las alas un par de veces, como para reforzar la imagen amenazadora y confieso (la verdad es que me alegro de que nadie nos viese) que al final tuve que apartar la mirada de la suya.

-Te digo que no puedo -dije, cabizbajo. Al ver que volvía a abrir el pico levanté un dedo que interrumpió su movimiento y apostillé:- Pero, como veo que lo tuyo es la tozudez, puedo llamarte simplemente J.

Y de nuevo volvió a sorprenderme el cuervo, digo J, porque esta vez cuando volvió a subir a la lápida, se acercó a mi y se restregó cariñosamente contra mi, casi en actitud felina.

Lo que nos lleva, por fin, al día en que empecé este relato.

-♦-♦-



Canción del día: Gotthard - Lift 'u' up. All I wanna do's put a smile back there on your face.
Tenía varias en la cabeza para hoy, pero ganó esta dado que, ¿a quien no le viene bien que le den ánimos de vez en cuando? :)
Pero mientras todo vaya bien... ;) y si no, acabara yendo, no hay que perder la esperanza.




martes, 17 de junio de 2014

El cursor y su (maldito) parpadeo. - El escritor I.

- Cariño, ¿Alguna vez has tenido ganas de gritar? -preguntó Andrew a su mujer según pasaba por su espalda. Ella se detuvo para poner la mano en el hombro de su marido y llevarse la otra al mentón, haciendo  como que se lo pensaba detenidamente.
- Bueno, la última vez fue anoche... -empezó. Andrew se giró, extrañado, pero todo cobró sentido cuando vio la sonrisa en la cara de Betty, lo que hizo que también él sonriese.
- ¡Oh, tonta! -dijo él, terminando de sonreír. Ella siempre sabia por donde salir- Me refería a...
- Sé bien a que te refieres, querido -continuó ella por él mientras le revolvía los cabellos cariñosamente- llevas delante de esa pantalla tres cuartos de hora en las que solo te he escuchado escribir dos o tres palabras para, a continuación, borrarlas como si quisieras partir la tecla por la mitad. Si tienes que gritar para aliviarte... hazlo, intentaré no asustarme.
- De momento creo estar bien, mi vida -dijo Andrew palmeando la mano que tenía en el hombro con afecto- pero...
- Tenía ya la tetera calentándose -dijo ella, sonriente, antes de apretar el hombro de Andrew y seguir su camino hacia la cocina.
- ¡Oh, Dios mío de mi vida y de mi corazón! -exclamó él, alzando los brazos al cielo, lo que provocó una tierna risa femenina en la habitación contigua- ¡Me lees la mente! ¡Ya podías seguir tirando del hilo a ver si había alguna idea detrás!

El cursor ahí seguía. Parpadeando. Era paciente, el maldito. Paciente, parpadeante y sacándole de sus casillas. Retándole a que escribiera una nueva mediocridad. Sus dedos se flexionaron sobre las teclas un par de veces para, en ambas ocasiones, quedarse inmóviles sobre éstas y volver de nuevo a su regazo. Casi podía escucharlo, como si del segundero de su vida se tratara: tic, tac, tic...

- Que concentrado te veo -dijo Betty en un susurro mientras colocaba la bandeja en la mesita del salón, en frente de sus asientos, pero apartada del ordenador portátil de su marido. Fue un susurro suave, pero bastó para sacarle de su pequeño trance. Con un pequeño esfuerzo, separó los ojos del (maldito) cursor y sonrió cálidamente a su mujer.
- Nada más lejos de la verdad -dijo él, con cara de inocente, lo que provocó que ella levantara una ceja, incrédula- Vale, quizá un poco, pero solo andaba escarbando en mi cabeza, un poco más profundo de lo habitual, a ver si conseguía sacar algo...
- Si quieres inspiración adicional, puedo edulcorar el té -él alzó las cejas, sin comprender- Tengo aun hojitas de las que nos regaló la vecina.
- ¡Oh! ¡De esas! -casi se le subieron los colores al caer en la cuenta de lo que Betty le decía. Para disimular, se inclinó a coger su taza humeante de la bandeja- No, no, no creo que haga falta... edulcorarlo.
- Puedo hacer una jarra de sangría, de mi sangría, para ambos -continuó ella, pícaramente.
- Hace mucho que no haces sangría -le sonrió él, casi relamiéndose. La sangría que preparaba Betty era famosa en el vecindario, y potente- pero me temo que como la hicieras si que no iba a escribir nada.
- De acuerdo -dijo ella, encogiéndose de hombros y sorbiendo a la vez de su té- pero me ha dado el gusanillo, así que este fin de semana haré una.

Los ojos de Andrew volvían a estar fijos en la pantalla. Parecía que había vuelvo a coger el hilo de la inspiración. Aunque tecleaba despacio, ella sabía que era cuestión de minutos que cogiera una cierta inercia y se pusiera a llenar páginas y páginas de borradores. A partir de este momento, era como si se hubiera quedado sola, él estaba en su mundo. 
Con tranquilidad, Betty terminó su té mientras escuchaba el interminable tecleo de Andrew. Al terminar y sin hacer ruido apenas, se levantó, rellenó lo poco que su marido había bebido de la taza, y se llevó la suya a la cocina. Al volver, dio un ligero beso en el pelo a Andrew y le susurro que se iba a dormir. Él asintió, ausente, mientras proseguía tecleando en su portátil.

-♦-♦-

En el silencio de la noche, lo único que se oía era el confuso teclear del ordenador portátil y algún ocasional suspiro de Andrew. Tras poner un último punto y aparte, las comisuras de su boca se curvaron brévemente hacia arriba. En este lapso de tiempo había rellenado apenas cuatro páginas y parte de una quinta, pero creía que la idea comenzaba a tomar forma. Para asegurarse, utilizó la rueda del ratón para subir por el documento (hace tiempo había renunciado a aprender a manejar el táctil que traía el ordenador, demasiado aparatoso para su gusto). Una vez arriba, cogió con delicadeza el portátil y, colocándolo sobre sus piernas, se arrellanó en el asiento a releer lo que había escrito.
Fue un proceso bastante gradual. Lo que comenzó leyendo con una sonrisa de satisfacción, hizo que lentamente se le borrase la sonrisa del rostro para después, gradualmente, hacer que se le tensara la mandíbula, unas profundas arrugas surgieran en su ceño al juntar sus espesas cejas, y se le dilataran las aletas de la nariz. En conjunto, al terminar de releer lo que había escrito, Andrew tenía un enfado de los que hacen temblar a la gente.
Sus puños se cerraron espontáneamente mientras cerraba los ojos con fuerza y un sutil dolor comenzaba a manifestarse en su cabeza, desde sus ojos hasta su nuca. Tras llevarse los puños cerrados hasta las sienes, mantuvo esta posición unos segundos, mientras sentía, dentro de su enfado, como el dolor de cabeza aumentaba puntos enteros. Una voz interna le decía que era por la tensión, el enfado, la postura, pero por otro lado él no estaba tan seguro.
Su enfado estaba en su punto álgido, y su dolor de cabeza también. El cursor había ganado de nuevo, vista la bazofia que acababa de escribir. Con un corto grito que le salió del alma, Andrew alzó las manos y la cara al cielo...

Y el estruendo de la bandeja con la taza y la tetera le provocó un sobresalto mayúsculo. Como paralizado, se quedó mirando el desastre, aun con los brazos en alto. Aun tenía el portátil en las rodillas y la bandeja quedaba bastante lejos de su alcance... ¿Qué demonios?

-♦-♦-

Canción del día: Dead Can Dance - Emmeleia. 
Conozco este grupo desde hace la tira de tiempo, y llegué a ellos de forma extraña. Pero más extraño me resultó que mi profesor de Proyectos y Estudios les conociera y (enviiidiaaaa) hubiera ido a algun concierto suyo. Os dejo que opinéis de ellos. Es... bueno, ¿folk? ¿etnica? No lo se, simplemente me encantan. Por cierto el titulo es en griego antiguo y la letra... es inventada por ella (Lisa Gerrard).

PD: Vaya, es mi entrada mas larga hasta ahora (aunque no he tenido muchas entradas de momento. pero poco a poco, ¿Verdad?)

PD2: Habiendo tenido un par de momentos como los de Andrew, supuse que ya era hora de escribir al respecto. Le tenia guardado en mi pequeño bloc de notas desde hace un tiempo...